por Don Vincent Di Francesca.
Liahona Julio 1968.
NACI el 23 de septiembre de 1888 en Gratteri, provincia de Palermo, Sicilia, hijo de Joseph D. y Marianne D. María Francesca. El 22 de febrero de 1892, falleció mi madre, y con mi hermano Antonine y mi hermana Josephine, fui a vivir con mis abuelos maternos.
Cuando tenía siete años, asistí a la escuela primaria. Mi abuelo, deseando que yo pudiera recibir un entrenamiento de naturaleza religiosa, hizo los arreglos para que mi primo, Vincent Serio, me enseñara. Tuve tanto éxito en desarrollar el arte de leer Escrituras, que para cuando tenía 11 años de edad, mi maestro me alabó diciendo que yo había sido bendecido para tener tan gran don.
En noviembre de 1900, se me permitió ingresar a una escuela secundaria dirigida por una orden religiosa, y ahí estudié religión hasta 1905. Mientras tanto, mi hermano Antonine, que había inmigrado a Nueva York, me invitó a venir a América. De esta manera, a la edad de 17 años, zarpé de Ñapóles, llegando a Nueva York el 12 de octubre de 1905. Ahí conocí a un amigo de mi hermano, Ariel Debellón, un pastor de la rama italiana de una de las iglesias protestantes, quien me asignó como maestro para servir entre los miembros de la congregación. Estaba tan asombrado con mi don de leer las Escrituras, que me sugirió que asistiera al Colegio Knox en la ciudad de Nueva York. Seguí su consejo y me gradué en religión el 24 de noviembre de 1909.
Mientras recuerdo los eventos de mi vida que me llevan a una fría mañana de febrero de 1910, no puedo dejar de sentir que Dios se había acordado de mi existencia. Esa mañana, el conserje de la capilla italiana me entregó un recado del pastor, en el que me comunicaba que estaba enfermo y me pedía que fuera a su casa, ya que tenía varios asuntos importantes que quería discutir concernientes la parroquia.
Mientras caminaba por la calle de Broadway, el fuerte viento del mar abierto soplaba helado, así que permanecí con la cabeza baja y la cara en dirección contraria al viento. Fue entonces que vi lo que parecía ser un libro, colocado sobre un barril lleno de cenizas, el cual pronto sería recogido por los camiones de basura. La forma de las páginas y la manera en que estaban encuadernadas me dieron la impresión de que era un libro religioso. Con curiosidad lo levanté y lo sacudí contra el barril para quitar las cenizas de las páginas; estaba escrito en inglés. Busqué el frontispicio pero lo habían arrancado.
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