Oaks – Pecados, Crímenes y Expiación

http://centerformoralliberalism.files.wordpress.com/2009/10/dallin_h-_oaks.jpgPecados, Crímenes y Expiación

por Elder Dallin H. Oaks

Del Quorum of the Twelve Apostles

Discurso a los educadores religiosos del CES• 7 February 1992 • Temple Square Assembly Hall

Traducido por Valentin Araya y Francisco Guerrero

Mis queridos hermanos y hermanas, estoy agradecido por esta oportunidad de hablar a los hombres y mujeres que han sido llamados para enseñar el evangelio de Jesucristo a los jóvenes en nuestras escuelas secundarias, colegios y universidades. La suya es una responsabilidad sagrada. Ustedes son los guardianes de la verdad y los beneficiarios de la confianza de sus estudiantes. Ellos los ven a ustedes como las personas encargadas de llevarles un plan de estudios sagrado. Su tarea es santa y su rendimiento es, por tanto, objeto de grandes expectativas. Sus enseñanzas son, potencialmente, las más importantes que sus estudiantes recibirán. Todos los que hemos sido llamados o asignados como profesores de religión tenemos la seria y sagrada responsabilidad de tratar de ser nosotros mismos y de hacer nuestro desempeño digno del gran mensaje que tenemos. Que Dios nos bendiga al esforzamos por hacerlo!

Después de que Enós clamó al Señor en poderosa oración todo el día y toda la noche, una voz vino a él diciendo: “Enós, tus pecados te son perdonados, y serás bendecido” (Enos 1:5). Sabiendo que Dios no puede mentir, Enós entendió que su culpabilidad fue borrada. Entonces, hace la pregunta que provee el texto de mis observaciones: “Señor, ¿cómo se lleva esto a efecto?” (v. 7).

Se lleva a cabo a causa de la expiación y su fe en el Redentor que ha pagado el precio (ver v. 8). Por una expiación que es milagrosa y va más allá de nuestra comprensión, el sacrificio vicario del Cordero sin mancha que satisface la justicia de Dios. De esta manera, recibimos la misericordia de Dios.

Pero, ¿qué es la justicia? Y ¿que es la misericordia? Y ¿cómo se relacionan entre sí? Estos conceptos son fundamentales para el Evangelio de Jesucristo. Son a veces malentendidos porque se confunden fácilmente al compararlos con los conceptos que entendemos en nuestra mortal preocupación de lo que llamamos la ley penal. De hecho, nuestras ideas sobre la justicia y la misericordia y las leyes de Dios son a veces confusas por lo que sabemos acerca de la justicia penal según lo especificado por las leyes del hombre.

Los jóvenes que ustedes enseñan son susceptibles a estos malentendidos. Por lo tanto, he optado por hablar de la justicia y la misericordia y la expiación, y sobre el arrepentimiento, confesión, y el sufrimiento. Voy a comparar y contrastar cómo se relacionan estas realidades con el contenido y la aplicación de las leyes de Dios y las leyes del hombre. Espero que les ayuden a comprender a sus alumnos estos importantes temas y aplicarlos en sus propias vidas.

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La Justicia y la Misericordia y la Expiación

La justicia tiene muchos significados. Uno es el equilibrio. Un símbolo popular de la justicia es el equilibrio en la balanza. Así, cuando las leyes del hombre han sido violadas, la justicia por lo general requiere que se imponga un castigo, una sanción que permita restaurar el equilibrio.

Generalmente, la gente siente que se ha hecho justicia cuando un delincuente recibe lo que merece -cuando el castigo va de acuerdo con el delito cometido. La declaración de creencias de nuestra iglesia señala que “la comisión de crímenes debe acastigarse (en virtud de las leyes de los hombres) de acuerdo con la naturaleza de la ofensa;” (D&C 134:8). La preocupación primordial de la ley humana es la justicia.

A diferencia de las cambiantes leyes de los hombres, las leyes de Dios son fijas y permanentes, ” irrevocablemente decretada en el cielo bantes de la fundación de este mundo,” (D&C 130:20).

Estas leyes de Dios son también afectadas por la justicia. La idea de que el pago de lo que uno merece es la justicia, es la premisa fundamental de todas las Escrituras que hablan de que los hombres serán juzgados según sus obras. Alma declaró que “es indispensable en la ajusticia de Dios que los hombres sean bjuzgados según sus cobras;” (Alma 41:3). El Salvador dijo a los nefitas que todos los hombres debían ser levantados ante él “para ser cjuzgados por sus obras, ya fueren buenas o malas; ” (3 Nephi 27:14). En su carta a los Romanos, Pablo describe “el justo juicio de Dios” en términos de ” apagará a cada uno bconforme a sus obras” (Romans 2:5–6).

De acuerdo con la ley eterna, las consecuencias que se derivan de la justicia de Dios son graves y permanentes. Cuando se rompe un mandamiento, una pena proporcional debe ser impuesta. Esto sucede automáticamente. Las penas previstas por la legislación del hombre sólo siguen la acción del juez, pero en virtud de las leyes de Dios las consecuencias del pecado y las penas son inherentes al acto. “Mas se ha dado una ley, y se ha fijado un castigo,” enseñó el profeta Alma, y “la justicia reclama al ser humano y ejecuta la ley, y la ley impone el castigo;” (Alma 42:22). “Y así vemos” Alma explicó, “que toda la humanidad se hallaba acaída, y que estaba en manos de la bjusticia; sí, la justicia de Dios que los sometía para siempre a estar separados de su presencia” (v. 14). Abinadí enseñó que el Señor mismo “no puede contradecirse a sí mismo; pues no puede negar a la ajusticia cuando ésta reclama lo suyo.” (Mosiah 15:27). Por sí sola, la justicia es inflexible.

La justicia de Dios nos hace a cada uno de nosotros responsables de nuestras propias transgresiones y automáticamente impone la sanción. Esta realidad debe impregnar nuestra comprensión, y debe influir en todas nuestras enseñanzas acerca de los mandamientos de Dios y el efecto de nuestras transgresiones.

De acuerdo con la tradición jurídica del hombre, muchos parecen querer la justicia. Es cierto que la justicia es un amigo que nos protegerá de la persecución de los enemigos de la justicia. Pero la justicia también verá que recibamos lo que merecemos, y temo que no es el resultado que esperamos. No puedo lograr mis metas eternas sobre la base de lo que merezco. A pesar de que lo intente con todas mis fuerzas, por eso el Rey Benjamín nos llamó “servidores binútiles ” (véase Mosiah 2:21). Para lograr mis objetivos eternos, necesito más de lo que merezco. Necesito algo más que sólo justicia.

Esto me recuerda la realización de un evento que ocurrió en el bufete de abogados donde comencé a practicar la ley hace casi treinta y cinco años atrás. Un político de Chicago había sido acusado por el relleno de urnas. Un socio de nuestra empresa me dijo cómo este político entró a su oficina a pedirle que lo representara en su juicio penal.

“¿Qué se puede hacer por mí?”, Preguntó. Nuestro socio respondió que si contrataba a nuestra firma para llevar a cabo su defensa, investigaría los hechos, buscaría en la ley, y presentaría la defensa en el juicio. “De esta manera”, concluyó el abogado, “vamos a conseguir un juicio justo.”

El político se levantó de inmediato, se puso el sombrero y salió de la oficina. Le siguió por el pasillo y le preguntó lo que había dicho para ofenderlo. “Nada”. “Entonces, ¿por qué se va?”, Preguntó. “Las probabilidades no son lo suficientemente buenas”, respondió el político.

El hombre no contrató a nuestra empresa para que lo representara en la corte, porque sólo le prometía un juicio justo, y él sabía que necesitaba más que eso. Él sabía que él era culpable, y sólo podría ser salvado de la cárcel por algo más favorable para él que la justicia.

¿Puede la justicia salvarnos? ¿Puede el hombre por sí mismo superar la muerte espiritual que sufre toda la humanidad por causa de la caída, que vuelve a pesar sobre nosotros por nuestros propios actos pecaminosos? ¡No! ¿Podemos “labrar nuestra propia salvación?” ¡Nunca, ni en el fin del mundo! “Por la ley ninguna carne se bjustifica,” explicó Lehi (2 Nephi 2:5). “La asalvación no viene sólo por la bley;”, advirtió Abinadí (Mosiah 13:28). Shakespeare declaró en voz de uno de sus personajes esta verdad: “En el curso de la justicia, ninguno de nosotros debería ver salvación: la tenemos al orar por misericordia” (El mercader de Venecia, acto 4, sc. 1, líneas 199-200).

Sabemos por numerosos pasajes de las Escrituras que “ninguna cosa inmunda” puede entrar en el reino de Dios (Moses 6:57; 1 Nephi 10:21; Alma 40:26). Si vamos a volver a la presencia de nuestro Padre Celestial, necesitamos la intervención de alguna poderosa influencia que trasciende la justicia. Esta poderosa intervención es la expiación de Jesucristo.

Las buenas nuevas del Evangelio es que a causa de la expiación de Jesucristo, existe algo llamado misericordia. La misericordia significa una ventaja mayor que lo que realmente se merece. Esto puede venir por la retención de un merecido castigo o por la concesión de un beneficio no merecido.

Si la justicia es equilibrio, entonces la misericordia es su contrapeso. Si la justicia es exactamente lo que uno merece, la misericordia es el beneficio más allá de lo que uno merece. En su relación con la justicia y la misericordia, la Expiación es el medio por el que se sirve la justicia y la misericordia se extiende. En combinación, la justicia y la misericordia y la Expiación constituyen la gloriosa plenitud eterna de la justicia y la misericordia de Dios.

La misericordia cuenta con diferentes manifestaciones en relación con nuestra redención. La resurrección universal de la muerte física es un acto de misericordia incondicional posible gracias a la Expiación. Alma le enseñó a Coriantòn que “la misericordia viene a causa de la bexpiación; y la expiación lleva a efecto la cresurrección de los muertos;” (Alma 42:23).

Un segundo efecto de la expiación tiene que ver con nuestra redención de la muerte espiritual. Somos redimidos de la caída de Adán, sin condición alguna. Somos redimidos de los efectos personales de nuestros pecados con la condición de nuestra obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio.

Se sirve la justicia y la misericordia se extiende por el sufrimiento y la sangre derramada de Jesucristo. El Mesías “se ofrece a sí mismo en asacrificio por el pecado, para satisfacer las demandas de la ley” (2 Nephi 2:7; véase también Romans 5:18–19). De esta manera, “Dios mismo aexpía los pecados del mundo, para realizar el plan de la bmisericordia, para apaciguar las demandas de la cjusticia, para que Dios sea un Dios dperfecto, justo y misericordioso también” (Alma 42:15).

Todos dependemos de la misericordia que Dios el Padre extendió a toda la humanidad a través del sacrificio expiatorio de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Esta es la realidad central del Evangelio. Esta es la razón por la que “ahablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo… para que cnuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la dremisión de sus pecados” (2 Nephi 25:26). La realidad de nuestra total dependencia de Jesucristo para la realización de nuestros objetivos de la inmortalidad y la vida eterna debe dominar cada enseñanza y cada testimonio y todas las acciones de cada uno que ha sido tocado por la luz del Evangelio restaurado. Si enseñamos otros temas y principios a la perfección y no están a la altura de éste, hemos fracasado en nuestra misión más importante.

Las leyes del hombre y las Leyes de Dios

Ahora llego a la comparación de las leyes de Dios y las leyes del hombre. Aquí voy a usar la pizarra para nuestra audiencia de la televisión, e invito a ustedes aquí en el Salón de Asambleas que no puede ver la pizarra para que puedan usar la hoja que hemos distribuido (también impresa en la parte final de esta charla).

Las leyes de Dios logran sus propósitos a través de la justicia, la misericordia y la expiación de Jesucristo. En contraste, las leyes del hombre centran su atención en la justicia, no toman en cuenta a la misericordia, y no toman en cuenta la Expiación. Este cambio fomenta la confusión que mencioné al principio.

Ahora voy a considerar las posiciones contrastantes de las leyes del hombre y de las leyes de Dios sobre algunos temas relacionados, tales como el arrepentimiento, confesión y el sufrimiento.

La Exigencia del Arrepentimiento

1. Necesidad. Los beneficios de la Expiación están sujetos a las condiciones prescritas por el que pagó el precio. Las condiciones incluyen el arrepentimiento. La exigencia del arrepentimiento es uno de los principales contrastes entre las leyes de Dios y las leyes del hombre.

Dios nos ha dicho a través de sus profetas que son perdonados sólo aquellos que se arrepienten (véase D&C 1:32; 58:42). Elder Bruce R. McConkie dijo lacónicamente: El Mesías trajo “misericordia a los arrepentidos y justicia a los impenitentes” (El Mesías prometido: La primera venida de Cristo [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1978], p. 337). Alma enseñó que “el aplan de redención no podía realizarse sino de acuerdo con las condiciones del barrepentimiento del hombre en este estado probatorio” (Alma 42:13). Amulek dijo que “aquel que no ejerce la fe para arrepentimiento queda expuesto a las exigencias de toda la ley de la cjusticia” (Alma 34:16). Por último, en esta dispensación nuestro Redentor, declaró: “si no se arrepienten, tendrán que apadecer así como yo” (D&C 19:17).

Estas verdades eternas, fundamentales en la doctrina del Evangelio restaurado, explican por qué nuestra disciplina de la iglesia se ocupa de ayudar a un pecador que se arrepienta. Estas verdades también explican por qué las pruebas de arrepentimiento son el factor más importante para determinar lo que la disciplina eclesiástica necesitará para cumplir su objetivo principal -salvar el alma del trasgresor.

La función redentora de la disciplina de la iglesia y la revelación necesaria para su aplicación no tienen contraparte en las leyes del hombre.

2. Confesión. Un segundo cambio se refiere a la función de la confesión del criminal o infractor.

Bajo las leyes del hombre, una confesión sólo tiene la función de fortalecer la evidencia de culpabilidad. No es esencial, porque el acusado puede ser declarado culpable sin una confesión, si las otras pruebas de culpabilidad son suficientes.

Bajo las leyes de Dios, una confesión es absolutamente esencial, porque no hay arrepentimiento sin confesión. Leemos en 1 Juan, “Si aconfesamos nuestros pecados, él es fiel y bjusto para cperdonar nuestros pecados y dlimpiarnos de toda maldad” (1:9). Y en la revelación moderna, el Señor declaró: “Por esto sabréis si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y los abandonará” (D&C 58:43, ver también 61:2; 64:7).

El arrepentimiento comienza cuando reconocemos que hemos hecho mal. Podríamos llamar a esto “confesión a uno mismo.” Esto ocurre, dijo el presidente Spencer W. Kimball, cuando una persona está dispuesta “a condenar por sí mismo la trasgresión sin ser condescendientes o reducir al mínimo el error, estar dispuesto a enfrentar los hechos, satisfacer la cuestión, y pagar las sanciones necesarias y hasta que la persona se encuentre en este estado de ánimo no ha comenzado a arrepentirse “(Enseñanzas de Spencer W. Kimball, ed. Edward L. Kimball [Salt Lake City: Bookcraft, 1982], p. 86).

El siguiente paso, para todos nuestros pecados, es el de confesarlo ante el Señor en oración.

Además, cuando los pecados son de carácter grave, se debe confesar al líder del sacerdocio designado por el Señor -el obispo o presidente de rama o presidente de estaca. El élder Marion G. Romney describió los pecados que hay que confesar a su obispo como las transgresiones “de tal naturaleza que podrían, sin arrepentirse, poner en peligro su derecho a la afiliación o la comunión en la Iglesia de Jesucristo” (en Conference Report, octubre 1955, p. 125). Estas dos últimas confesiones son lo que el Señor prescribió cuando se refirió a “bconfesando tus pecados a tus hermanos, y ante el Señor” (D&C 59:12).

3. Restitución. Un tercer cambio se refiere a la restitución. La restitución es también un ingrediente esencial del arrepentimiento. Los transgresores deben hacer todo lo posible para restaurar lo que su trasgresión ha tomado de otros. Esto incluye la confesión y buscar el perdón de aquellos a los que han hecho mal. También incluye la formulación de la información necesaria para proteger a los que se han puesto en peligro por sus fechorías. Por ejemplo, debe alertar a otras personas por potenciales riesgos contra la salud o la seguridad que las acciones del malhechor han creado. Como parte de la restitución, los transgresores también pueden necesitar hacer la declaración a las autoridades civiles y aceptar las consecuencias.

Los transgresores deben buscar en la necesidad de restituir –restaurar lo que han tomado de otros, como un privilegio. Cuando es posible su restitución, el arrepentimiento es más fácil. Cuando la transgresión es tal que la restitución es muy difícil o incluso imposible, entonces el arrepentimiento es también muy difícil o incluso imposible. Por ejemplo, los pecados más graves incluyen el asesinato, el adulterio y la fornicación. No es ninguna coincidencia que estas son las transgresiones de que la restitución es difícil o imposible. ¿Qué significa esta comparación? Que si algo está mal y no se puede deshacer, entonces nunca, nunca, nunca lo hagan. Deseo que cada joven, hombre o mujer entienda y practique este simple y vital principio. Esto no quiere decir que somos libres para hacer las cosas mal que pueden ser reparados por la restitución, como robar. También es pecado. El punto es que probablemente es más fácil arrepentirse de robar, donde podemos hacer la restitución, de lo que es arrepentirse de algo así como el abuso sexual, donde no se puede restituir.

La restitución tiene un significado mucho menor bajo las leyes del hombre. Si bien los tribunales penales a veces condenan a un acusado a restaurar lo que tomó de una víctima, dicha restitución es, como mucho, una preocupación accesoria de la pena impuesta por el juez de un tribunal penal.

4. Sufrimiento. El contraste, el sufrimiento es probablemente el ingrediente más incomprendido del arrepentimiento. Este malentendido puede resultar del hecho de que hay un gran abismo entre el papel simple de sufrimiento bajo las leyes del hombre y su papel muy complejo en virtud de las leyes de Dios.

Las leyes del hombre deliberadamente infligen un castigo al criminal para que sufra por su crimen. El castigo es un objetivo principal de las leyes del hombre. Los tribunales penales tratan de hacer que un delincuente “pague” por su mal comportamiento, sin tomar en cuenta si el delincuente está o no arrepentido.

Algunos han considerado a la disciplina de la iglesia bajo la misma perspectiva. Pero los que tienen la sensación de que un oficial de la Iglesia o de un consejo disciplinario debe castigar a un infractor y hacerle sufrir para que pague por su delito, no entiende el propósito de la disciplina de la iglesia y su relación (y la relación del sufrimiento) con el arrepentimiento, la misericordia y la expiación.

El pecador impenitente. Conforme a la ley y la justicia de Dios, se castiga a los pecadores. A través del profeta Isaías, el Señor dijo que “sale de su lugar para castigar la iniquidad del morador de la tierra contra él” (Isaiah 26:21). Alma enseñó que la ley de Dios no podría existir “sin que hubiese un castigo”, y que “se fijó un castigo” para todos los pecados (Alma 42:17–18; ver también Amos 3:1–2). Nuestro segundo artículo de fe enseña que los hombres serán castigados por sus propios pecados.

La justicia exige que el transgresor impenitente sufra por sus propios pecados. Tal vez la mayor exposición de este principio en todas las Escrituras es la revelación que el Señor dio al profeta José Smith en marzo de 1830, el mes en que el Libro de Mormón fue publicado y un mes antes de que se organizara la Iglesia (véase D&C 19). Allí, el Señor nos ha recordado “el último gran día del juicio”, cuando todos serán juzgados según sus obras. Explicó que “sin fin” o “tormento eterno” o “castigo” que viene por el pecado no es un castigo sin fin, sino que el castigo de Dios, es infinito y eterno (véase vv. 3, 6, 10–12).

En este contexto, el Salvador del mundo nos mandó arrepentirnos y guardar sus mandamientos. “te mando que te arrepientas”, ordenó, “arrepiéntete, no sea que te hiera con la vara de mi boca, y con mi enojo, y con mi ira, y sean tus apadecimientos dolorosos; cuán dolorosos no lo sabes; cuán intensos no lo sabes; sí, cuán difíciles de aguantar no lo sabes.

“Porque he aquí, yo, Dios, he apadecido estas cosas por todos, para que no bpadezcan, si se carrepienten;

“mas si no se arrepienten, tendrán que apadecer así como yo” (vv. 15–17).

El transgresor arrepentido. ¿Qué pasa con los transgresores arrepentidos? ¿Son castigados? ¿Deben sufrir? El castigo que lleva al arrepentimiento y el castigo que hace posible el arrepentimiento deben incluir el sufrimiento, pero ¿el sufrimiento de quien -del pecador o del Salvador?

Recordemos dos escrituras: (1) Alma declaró que “el arrepentimiento no podía llegar a los hombres a menos que se fijara un castigo” (Alma 42:16) y (2) la revelación del Salvador que había “apadecido estas cosas por todos, para que no bpadezcan, si se carrepienten“(D&C 19:16–17).

¿Estas escrituras significan que una persona que se arrepiente, no tiene por qué sufrir en absoluto, porque todo el castigo es asumido por el Salvador? Eso no puede ser el significado, ya que sería incompatible con otras enseñanzas del Salvador.

Lo que significa es que la persona que se arrepiente, no tiene por qué sufrir “así como” el Salvador sufrió por el pecado. Los pecadores arrepentidos experimentaran algún tipo de sufrimiento, pero, a causa de su arrepentimiento y la causa de la expiación, no se completa la experiencia de la “exquisita” extensión de tormento eterno, el Salvador sufrió por ese pecado.

El presidente Spencer W. Kimball, quien enseñó ampliamente sobre el arrepentimiento y el perdón, dijo que el sufrimiento personal “es una parte muy importante del arrepentimiento. No se ha iniciado el arrepentimiento hasta que ha sufrido intensamente por sus pecados “(Enseñanzas de Spencer W. Kimball, p. 88).

“Si una persona no ha sufrido, no se ha arrepentido… Él tiene que pasar por un cambio en su vida que conlleva al sufrimiento y luego el perdón es una posibilidad “(Enseñanzas de Spencer W. Kimball, p. 99).

Lehi enseñó este principio cuando dijo que el sacrificio expiatorio del Salvador era para “todos los de corazón quebrantado y de espíritu contrito; y por nadie más se pueden satisfacer las bdemandas de la ley. (2 Nephi 2:7). El pecador arrepentido que viene a Cristo con un corazón quebrantado y un espíritu contrito ha pasado por un proceso de dolor personal y sufrimiento por el pecado. Él entiende el significado de la declaración de Alma que “nadie se salva sino los que verdaderamente se arrepienten.” (Alma 42:24).

Bruce C. Hafen ha descrito cómo algunas personas piensan que el arrepentimiento es demasiado fácil. Dijo que buscan “atajos y soluciones fáciles, pensando que las confesiones rápidas o disculpas ligeras son suficientes” (El Corazón Quebrantado: La aplicación de la expiación en nuestra vida diaria [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1989], p. 150). El presidente Kimball dijo: “Muy a menudo la gente piensa que se han arrepentido y son dignos de perdón cuando lo que han hecho es expresar la tristeza o pesar por el suceso desafortunado” (Enseñanzas de Spencer W. Kimball, p. 87).

Hay una gran diferencia entre el “dolor que según Dios produce barrepentimiento para csalvación,” (2 Corinthians 7:10), el cual implica el sufrimiento personal, y el dolor relativamente fácil al ser descubierto, o el dolor fuera de lugar que Mormón describe como “el pesar de los bcondenados, porque el Señor no siempre iba a permitirles que hallasen cfelicidad en el pecado. (Mormon 2:13).

Alma hijo sin duda entendió que la tristeza fácil y sin dolor no es una base suficiente para el arrepentimiento. Su experiencia, relatada con detalle en el Libro de Mormón, es nuestra mejor ilustración en las escrituras del hecho de que el proceso de arrepentimiento está lleno de sufrimiento personal por el pecado.

Alma dijo que después de haber sido detenido en su camino impío, que estaba “en el más tenebroso abismo; (Mosiah 27:29), “me martirizaba un tormento aeterno, porque mi alma estaba atribulada en sumo grado, y atormentada por todos mis pecados. Sí, me acordaba de todos mis pecados e iniquidades, por causa de los cuales yo era aatormentado con las penas del infierno” (Alma 36:12–13).

Contó que “el sólo pensar en volver a la presencia de mi Dios atormentaba mi alma con indecible horror” (v. 14). Él habló de que “mientras me aatribulaba el recuerdo de mis muchos pecados” (v. 17). Después de tres días y tres noches de lo que llamó “el más amargo dolor y angustia de alma”, clamó al Señor Jesucristo por misericordia, y que recibió ” la aremisión de (sus) pecados” (Alma 38:8).

Toda nuestra experiencia confirma el hecho de que tenemos que soportar el sufrimiento personal en el proceso de arrepentimiento -y que en transgresiones graves el sufrimiento puede ser severo y prolongado. Creo que cada uno de nosotros que es verdaderamente honesto consigo mismo reconoce la verdad de este principio. Lo hemos sentido en nuestra propia vida, y lo hemos visto en las vidas de los demás

También debemos observar que nuestro sufrimiento personal por el pecado es privado, no público. A menudo, sólo el pecador, el Señor y el siervo del Señor sabe lo que está sucediendo. En contraste con el carácter público de las penas infligidas por las leyes del hombre, el sufrimiento que conduce a la misericordia de conformidad con las leyes de Dios es muy personal.

El Salvador. ¿Qué pasa con el sufrimiento del Salvador? Las leyes del hombre, evidentemente no tienen en cuenta de esto.

Bajo las leyes de Dios, el sufrimiento del Salvador por el pecado es de suma importancia. El sufrimiento que impulsa un transgresor hacia el arrepentimiento es su propio sufrimiento. Pero el sufrimiento que satisface las exigencias de la justicia para todas las transgresiones es el sufrimiento de nuestro Salvador y Redentor. Él sufrió por los pecados de todos “para que no bpadezcan, si se carrepienten“(D&C 19:16–17). En las grandes palabras de Isaías: “él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaiah 53:5). Si sólo nos arrepentimos, el sufrimiento del Redentor habrá pagado el precio por nuestros pecados.

El sufrimiento del Salvador es muy diferente del sufrimiento de los demás por el pecado. El sufrimiento del pecador es el sufrimiento de los culpables. El sufrimiento del Salvador fue el de alguien puro y sin pecado. Su sufrimiento es totalmente inmerecido. Él fue “herido por nuestras transgresiones”, no por las suyas. Como el profeta Amulek explicó, nada menos que “una expiación infinita” sería suficiente por los pecados del mundo (véase Alma 34:12). Y, como el Apóstol Pedro dijo, la sangre que fue derramada y el sacrificio que se hizo para redimirnos tuvo que ser “la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Peter 1:19).

En resumen, la expiación no tiene contraparte en las leyes del hombre, y las leyes del hombre no toman en cuenta los diversos elementos de arrepentimiento y de los diferentes tipos de sufrimiento que se contabilizan en las leyes de Dios.

En contraste con el castigo que es el resultado previsto de la sentencia de un tribunal penal, el propósito principal de la disciplina eclesiástica es el de facilitar el arrepentimiento para calificar a un transgresor a la misericordia de Dios y hacer posible la salvación a través de la expiación de Jesucristo. El sufrimiento personal es, inevitablemente, parte de ese proceso, pero el sufrimiento personal, no es su propósito

La disciplina de la Iglesia no es un instrumento de castigo, sino un catalizador para el cambio. El propósito del sufrimiento personal que debe ocurrir como parte del proceso de arrepentimiento no es castigar al infractor, sino ayudar a cambiarlo. El corazón quebrantado y espíritu contrito para ” satisfacer las demandas de la ley (2 Nephi 2:7) introducir el transgresor arrepentido a los cambios necesarios para conformar su vida con el patrón establecido por su Redentor. La mayor preocupación de las leyes de Dios es perfeccionar la vida de sus hijos.

Como Coriantón, algunos transgresores tienen dificultades para entender “la ajusticia de Dios en el castigo del pecador” (Alma 42:1). Y ellos no entienden las condiciones de la misericordia. “¿Por qué debo sufrir en absoluto?”, Preguntan. “Ahora que he dicho que lo siento, ¿por qué no pueden darme misericordia y olvidarse de esto?” Estas preguntas tienen una fuerza en virtud de las leyes del hombre. En virtud de esas leyes, la misericordia puede robar a la justicia (como sucede en el caso de un indulto o clemencia ejecutiva).

En contraste, bajo las leyes de Dios la misericordia no puede robarle a la justicia. El pecador debe arrepentirse o debe pagar la pena de sufrimiento de sus propios pecados. El propósito de las leyes de Dios es salvar al pecador, no sólo castigarlo. En consecuencia, no hay ninguna exención de las condiciones que un transgresor debe cumplir para acogerse a la misericordia necesaria para la salvación. El transgresor arrepentido debe ser cambiado, y las condiciones del arrepentimiento, incluyendo la confesión y el sufrimiento personal, son esenciales para lograr ese cambio. Al eximir a un transgresor de esas condiciones le privaría del cambio necesario para su salvación. Que no sería ni justo ni misericordioso.

Cambio de vida

El contraste final entre las leyes de Dios y las leyes del hombre se refiere a su diferente nivel de preocupación por un cambio de vida.

Tendemos a pensar en los resultados de arrepentimiento simplemente como la limpieza del pecado. Esa es una visión incompleta de la cuestión. Una persona que comete pecado es como un árbol que se dobla fácilmente con el viento. En un día ventoso y lluvioso, el árbol puede doblar tan profundamente en el suelo que las hojas se manchan con el lodo, como el pecado. Si nos centramos únicamente en la limpieza de las hojas, la debilidad en el árbol que le permitió doblar las hojas y tocar el suelo puede permanecer. Simplemente la limpieza de las hojas no fortalece el árbol. Del mismo modo, una persona que no es más que disculpada de ser manchado por el pecado, pecará de nuevo con el fuerte viento que viene. La susceptibilidad a la repetición continuará hasta que el árbol se haya fortalecido.

Cuando una persona ha pasado por el proceso que da lugar a lo que las Escrituras llaman un corazón quebrantado y un espíritu contrito, el Salvador no solo limpia a esa persona del pecado. También le da nuevas fuerzas. La nueva fuerza que recibimos de el Salvador es esencial para que nos demos cuenta el propósito de nuestra purificación del pecado, que es regresar a nuestro Padre Celestial. Para ser admitido a su presencia, debemos ser más limpios. También se debe cambiar de una persona moralmente débil, que ha transgredido en una persona fuerte con la estatura espiritual para morar en la presencia de Dios. Debemos, como dice la Escritura, “[llegar a ser] esanto por la expiación de Cristo el Señor” (Mosiah 3:19. Esto es lo que significa la escritura en su explicación de que una persona que se ha arrepentido de sus pecados los abandonará (véase D&C 58:43). Dejar de lado los pecados es más que la resolución de no repetirlos. Renunciar implica un cambio fundamental en el individuo.

El rey Benjamín y Alma hablaron de “un potente acambio …en nuestros corazones”. La congregación del rey Benjamín describe ese gran cambio diciendo que “no tenemos más disposición a obrar bmal, sino a hacer lo bueno continuamente” (Mosiah 5:2). Alma ilustró el cambio de corazón cuando describió a un pueblo que “despertaron en cuanto a Dios”, “pusieron su bconfianza en [él]”, y eran “fieles hasta el dfin” (Alma 5:7, 13). Él desafió a los demás a ” [mirar] hacia adelante con el ojo de la fe” para el momento en que se “present[en] ante Dios y ser djuzgados“, de acuerdo a nuestras obras (v. 15). Las personas que han tenido que cambiar su corazón han alcanzado la fuerza y la estatura para vivir con Dios. Eso es lo que nosotros llamamos ser salvos.

Antes de concluir, me gustaría comentar dos temas de especial interés para los jóvenes, y por lo tanto de importancia vital para los hombres y mujeres que les enseñan.

Evitar el pecado

Algunos de los Santos de los Últimos Días erróneamente piensan que el arrepentimiento es fácil, que un pequeño pecado no les dañará. Los jóvenes que se persuaden de esta manera pueden decir: “Está bien tener un poco de libertinaje”, porque es fácil que se arrepientan antes de su misión o el matrimonio. Las versiones de los adultos son más sofisticadas y más perniciosas. Quizás algunos incluso afirman que una persona está mejor después de que ha pecado y se ha arrepentido. “Obtener un poco de experiencia con el pecado”, argumentan algunos, “y entonces estaré en mejores condiciones para aconsejar y simpatizar con los pecadores. Usted siempre puede arrepentirse.”

Ruego a mis hermanos y hermanas, mis jóvenes amigos y mis amigos mayores, ¡eviten la transgresión! La idea de que se puede deliberadamente pecar y arrepentirse fácilmente o que uno es mejor después de pecar y arrepentirse son mentiras diabólicas del adversario. ¿Podría alguien argumentar seriamente que es mejor aprender de primera mano que un golpe puede quebrar un hueso o una cierta mezcla de productos químicos explotará y quemará la piel? ¿Estaremos mejor después de haber tenido y luego cicatrizado de este tipo de lesiones? Obviamente, es mejor prestar atención a las advertencias de los sabios que conocen los efectos de ciertos traumas en nuestros cuerpos.

Así como podemos beneficiarnos de la experiencia de alguien más en asuntos como estos, también podemos beneficiarnos de las advertencias contenidas en los mandamientos de Dios. No tenemos que tener experiencia personal con los efectos de las transgresiones graves para saber que son perjudiciales para nuestras almas y destructivos de nuestro bienestar eterno.

Hace algunos años uno de nuestros hijos me preguntó por qué no era una buena idea probar el alcohol y el tabaco para ver lo que se sentía. Él sabía sobre la Palabra de Sabiduría y sabía también de los efectos sobre la salud de estas sustancias, pero se cuestionaba por qué no podía sólo intentarlo. Yo le respondí que si quería probar algo que debe ir a un corral y comer un poco de estiércol. Retrocedió con horror. “Ooh, eso es grave”, reaccionó.

“Me alegra que pienses así,” le dije, “pero ¿por qué no lo pruebas para que sepas por ti mismo?  Mientras que propones para probar una cosa que sabes que no es bueno para ti, ¿por qué no aplicar este mismo principio a otras cosas?” Ese ejemplo de la estupidez de “tratar por ti mismo” resultó convincente para uno de dieciséis años de edad.

Esperanza Versus Desaliento

He hablado anteriormente de las personas que piensan que el arrepentimiento es demasiado fácil. Hay muchos así entre nuestros jóvenes. En el extremo opuesto están aquellos que piensan que el arrepentimiento es muy difícil. Nuestra juventud incluye muchos de estos también. Este grupo de almas son tan tiernas de corazón y de conciencia que ven el pecado en todas partes en sus propias vidas, y la desesperación de nunca poder estar limpio. Un llamado al arrepentimiento que es lo suficientemente clara y lo suficientemente fuerte para alentar la reforma de la indulgencia puede producir parálisis y desaliento en la conciencia. La dosis de la doctrina de que es lo suficientemente fuerte para penetrar en la dura cáscara del grupo tolerante puede llegar a ser una sobredosis en esas conciencias. Este es un problema común. Los maestros frente a una audiencia diversa cada vez que hablan, y nunca estamos libres de la realidad de que una infradosificación doctrinal para algunos es una sobredosis para los demás.

Como maestros de la juventud, debemos hacer un esfuerzo especial para contrarrestar el desaliento y la desesperación que Satanás utiliza con tanta habilidad para dominar la batalla. El Presidente Ezra Taft Benson dio este consejo inspirado sobre este tema. Escribiendo en el Ensign en el primer año de su presidencia, bajo el título “No se desespere,” él dijo:

“Vivimos en una época en que, como predijo el Señor, cdesmayará el corazón de los hombres, no sólo físicamente sino en el espíritu. (Véase D&C 45:26) Muchos están abandonando el corazón en la batalla de la vida. El suicidio permanece como una causa importante de muerte en los estudiantes universitarios. Entre los enfoques del bien y del mal con sus pruebas y tribulaciones que los acompaña, Satanás está tratando cada vez más de superar a los Santos con la desesperación, el desánimo, el desaliento y la depresión.

“Sin embargo, de todas las personas, nosotros, como los Santos de los Últimos Días debe ser el más optimista y menos pesimista. Porque a pesar de que sabemos que la paz será quitada de la tierra, y el diablo tendrá poder sobre su propio dominio, “también estamos seguros de que ‘el Señor tendrá poder sobre sus asantos, y breinará en cmedio de ellos” ( D. y C. 1:35-36.) “(octubre de 1986, p. 2).

El Presidente Benson revisó una docena de maneras que podemos luchar contra el desaliento, que incluye el arrepentimiento, la oración, el servicio, las bendiciones del sacerdocio, la música sana, y sólo la resistencia a la fricción. En esa última sugerencia, dió este consejo memorable: “Hay momentos en los que simplemente tienen que aferrarte a la rectitud y aguantar más que el diablo hasta que su espíritu depresivo te deje” (“No se desespere,” p. 5).

Me gusta eso. Creo que va a apelar a sus jóvenes estudiantes también. Denles las maneras de los profetas para luchar contra el desaliento y la desesperación, y después díganles que habrá momentos en los que sólo hay que “sobrevivir al diablo.” Si ese es su único recurso, el Señor nos ayudará a tener éxito por ese medio.

Una de las técnicas más potentes de Satanás de desaliento es negar el poder de la Expiación al convencer a un pecador que Dios no puede o no lo perdonará a él o a ella. O bien, puede tratar de convencer a un pecador que es tan depravado que no puede tener perdón. Debemos enseñar a los desalentados que parte del proceso de arrepentimiento es dejar nuestros pecados, cederlos a Dios y seguir su ejemplo, al perdonarnos a nosotros mismos como él nos perdonó.

En conclusión, el presidente Benson dijo: “Nos podemos elevar por encima de los enemigos de la desesperación, la depresión, desaliento y desánimo, recordando que Dios provee alternativas justas, algunos de los cuales he mencionado. Como dice en la Biblia, “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser atentados más de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la bsalida, para que podáis soportar”(1 Cor. 10:13.)” ( “No desesperéis”, p. 5).

Espero que ayuden a sus estudiantes a sientan su relación con Dios, a sentir su preocupación por ellos, y sentir su amor por ellos. Que el amor se manifiesta en la expiación, y aceptamos el amor cuando se practica el principio de arrepentimiento.

El arrepentimiento es un proceso continuo, que todos necesitamos, porque “atodos pecaron y están bdestituidos de la gloria de Dios” (Romans 3:23). Enséñenles a sus estudiantes que el arrepentimiento total es posible y que posteriormente el perdón es cierto

¡Que preciosa la promesa de que Dios tomará “nuestros muchos pecados …y ha depurado nuestros corazones de toda bculpa, por los méritos de su Hijo” (Alma 24:10).

Nos consuela la promesa de que “aunque vuestros bpecados sean como la grana, como la nieve serán cemblanquecidos” (Isaiah 1:18).

Qué gloriosa promesa de Dios de que “quien se ha aarrepentido de sus pecados es bperdonado; y yo, el Señor, cno los recuerdo más” ((D&C 58:42; ver también Jeremiah 31:34; Hebrews 8:12).

Por el sacrificio expiatorio de nuestro Salvador se produjo lo que Amulek llama “las entrañas de misericordia, que sobrepujan a la justicia” (Alma 34:15).

La relación entre la justicia y la misericordia y la Expiación es nada más sucinta o más bellamente expresado que por Eliza R. Snow en el quinto verso de ese maravilloso himno “Cuán grande es la Sabiduría y el Amor”:

¡Qué grande, qué glorioso, qué completo,
Gran diseño de la Redención,
Donde la justicia, el amor y la misericordia de cumplir
En la divina armonía!

(Hymns, no. 195)

Y así unimos nuestras voces con el profeta Jacob, quien declaró que “mi alma también se deleita en los aconvenios que el Señor ha hecho a nuestros antepasados; sí, mi alma se deleita en su gracia, y en su justicia, y poder, y misericordia en el gran y eterno plan de redención de la muerte”((2 Nephi 11:5).  En el nombre de Jesucristo, Amén.

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  1. 1

    Me re encanto!!! gracias por subirlo.

  2. 2

    Solo como comentario, que mal q se acabe esta pagina, la vdd te agradesco por todo lo aqui tratado, la vdd aprendi mucho, y me diverti tambien con michos de los comentarios de algunos jeje.
    Mmmmmm admiro tu forma de escribir y de expresarte, sigue asi, ojala tuviera poquito de tu forma de decir las cosas, ese es uno de mis grandes defectos, no se expresar de forma correcta lo que quiero decir.
    Cuidat mucho saludos a tu familia desde Mexico

  3. 3

    ADMINISTRADOR: IMPRESIONANTE!-

    Luego con mas tiempo escribo mas….no te olvides de las “alternativas” o Plan B, para NO cerrar este sitio…..(Presion..?) Naaahhhh-

    gRACIAS.

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